Yo tenía 10 años el 23F. De niño, recelaba de las personas que llevaban banderitas de España en los relojes, en los polos, en los llaveros o en los coches. Fuí educado por la sociedad, de alguna forma, para identificar esos comportamientos con los de personas que añoraban tiempos no democráticos. Simultáneamente, la misma sociedad fijó en nosotros los valores para defender los ideales de Libertad y Democracia ante cualquier amenaza.

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Ahora, pasados ya unos cuántos años, tengo una idea más clara de lo que pasó. Y también observo comportamientos sospechosos hoy de los que recelerar, pero de otro tipo. Eso es lo que me gustaría poder expresar ahora.

Por supuesto que había gente con lo que llamábamos «banderitas» que sólo expresaba un sentimiento noble, pero hoy sé que una parte importante de las personas que exibían «banderitas», lo hacían para identificarse con un tiempo pasado, que nunca deberá volver. Quizás no lo hacían por todo lo pasado, ni con mucho conocimiento, pero sí por algo que querían conservar o por un grupo con el que se querían identificar. Todo erróneo. Yo los quiero acusar de secuestrar temporalmente un símbolo y de entregar un argumento a todos los sectarios. Pero esto es ya el pasado. Hoy ya no es así. Estamos saliendo de clichés por el simple paso generacional. Hablemos de hoy.

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Si nuestra bandera es un símbolo que representa a España, la definición de España no puede ser que sea también otro símbolo. Los esfuerzos recientes por racionalizar lo que es España administrativamente, o de añadirle emociones que erizan la piel, hacen que se aleje de una obligada interpretación atemporal. Si para definir España es necerio poner coordenadas absolutas espaciales o temporales, entonces estaremos hablando de «una España», no de «España». Por supuesto que nuestro país, al igual que cualquier ente natural o artificial, no permanece invariable en el tiempo. Evoluciona. Pero si fuese necesario cambiar la definición para describir algo, es que estaba mal la definición.

Quisiera pensar que hoy y dentro de 100 años, o hace 100 años, para mí, la siguiente definición podría ser suscrita igualmente:

«España es el país de todos los españoles, cuyo presente tienen derecho a disfrutar en igualdad, cuyo futuro construyen cada día y cuyo pasado están obligados a conservar como un valioso patrimonio.»

«España es el país de todos los españoles,…»

La idea de que España es nuestra, de todos los españoles por igual, es una de primeras cosas que quiere destruir todo el que quiera imponer ideas sectarias a los españoles. Y como denominador común la pretenden sustituir por la idea de un «Estado» que nos posee a nosotros, usando España como un símbolo de lo impuesto. Así, incluso si lo impuesto es bueno, al ser impuesto se transformará en negativo. Dibujan una España de unos pocos que abusan de otros, o que controlan el poder mediante conjuras secretas. Incluso atribuyendo inteligencia social organizativa en España a comportamientos muy rastreros, cómo si fueran solo de aquí en forma de pecado original. Pero no son comportamientos españoles, sino univesalmente humanos, como el egoismo, la ambición, la indiferencia, y el fanatismo, por ejemplo.

Pues no, yo no soy propiedad de España. Es España la que es mía. Yo soy de los que obliga a todos los españoles a pagar impuestos, a los delincuentes a tener que esconderse si no quieren que la policía les pille y los jueces les condenen, soy de los que piden a los españoles del Ejercito que defiendan nuestras fronteras o ayuden en el extranjero, de los que exigen a los médicos que actúen con profesionalidad y a los maestros con vocación o a los políticos con honradez. Y yo también soy responsable de no denunciar abusos, de hace la vista gorda con las personas que se jactaban de pagar «sin IVA» o de vender los pisos en negro sin llegar a escriturar. Cada uno que complete la lista con sus errores.

No aceptemos que nos pinten un Estado opresor. Nosotros somos los dueños del Estado y podemos decidir como cambiarlo. Saber que esto es así, hace que tengamos menos interés en cambiar lo que funciona bien y aumente el interés en mejorar lo que funciona mal.

En cambio, la visión del Estado opresor nos impulsa a querer cambiarlo todo, sin distinguir lo bueno de lo malo, sin pensar en lo irreparable de lo que podemos destruir y lo imposible de algunas de las cosas por lo que lo queríamos cambiar. Éste es el entorno rentable de nacionalimos y populismos, que sólo encuentran el camino a sus objetivos dentro de la revolución, de los cambios rápidos, de la ruptura del todo.

«…, cuyo presente tienen derecho a disfrutar en igualdad,..»

Nadie debe poder limitar el acceso a España a un español, ni a su capacidad de decidir sobre España. Lo que sea que estemos decidiendo que nuestro país nos da a los españoles, nos lo tiene que dar a todos por igual, y lo debemos haber decidido entre todos por las reglas que todos hayamos aprobado.

Una parte no puede decidir por el todo y una persona no puede evadirse de la decisión de todos, detro de las reglas de mayorías que articulen las decisiones.

«…cuyo futuro construyen cada día…»

El futuro de España lo construímos los españoles cada día, queramos o no queramos. Incluso se sientan o no se sientan españoles. Cada cosa que hacemos, decidimos, en las instituciones, en las empresas privadas o desde la sociedad civil, es construir el futuro de España.

«…y cuyo pasado están obligados a conservar como un valioso patrimonio.»

Esta es la parte que a más gente «anti-española» le provoca mas rechazo. Y entiendo perfectamente el motivo. Todo español que conozca la historia de su país, amará ser español y por lo tanto se sentirá dueño de España.

Nuestra historia comprende un patrimonio tan grande y rico en comparación con otros países, que llega a brillar en cifras relevantes en nuestro Producto Interior Bruto. Los turistas atraídos por nuestra cultura, monumentos sembrados por toda la geografía gracias a nuestra historia y la pasión por nuestras tradiciones, son parte de nuestros principales ingresos como país. Sin contar con la enorme ventaja competitiva que supone nuestra cercanía con los países hispanohablantes, para un mundo globalizado. Y tampoco es cuestión de enumerar aquí nuestros compatriotas genios en las artes y las ciencias o los deportes. Otros países tendrán otros que serán más y algunos mejores, pero no tienen los nuestros. Y bastantes de los nuestros no tienen comparación fácil.

Las agresiones internas a la idea de «España» han sido una constante durante toda la historia de la propia España. El resultado ha sido lo que somos hoy. Ni bueno ni malo. Lo que somos hoy.

Esa historia de agresiones la compartimos con el resto de naciones consolidadas del resto del mundo. Todas han sufrido golpes de estado, conatos de independentismo, conquistas, anexiones, traiciones, corrupción y periodos de depresión en los que cada pueblo llega a perder la esperanza.

Por favor, si estamos cerca de perder la esperanza, si vemos sufrir a compatriotas, si vemos peligrar algo que considerábamos nuestro, no nos dejemos caer en manos de salvapatrias revolucionarios, o de sectarios que consideran que una parte de España puede resolver un problema que no puede entera. No dejemos que empobrezcan nuestro patrimonio ni cambien la historia. Pidemos que se construya corrigiendo errores pero conservando aciertos.

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Efectivamente, España es una gran nacion, es un gran país. Formamos parte de una élite de países en el mundo, que cuentan con unos servicios públicos envidiables por la mayoría, una seguridad en la calle que no sabemos valorar comparativamente, una libertad dificilmente igualable.

No dejemos que nos convenzan que las correcciones necesarias realizadas en los últimos cuatro años de Rajoy, son parte de una confabulación de los ricos y poderosos. Eso es como no recelar de la nueva «banderita ideológica» de la izquierda.

Para poder conservar los enormes avances que hemos tenido como sociedad, y sobrellevar los enormes errores que hemos tenido durante años de bonanza, ha habido que corregir lo que podía acabar paralizando todo el sistema. Lo hemos hecho todos los españoles, igual que todos los españoles debemos dicidir si queremos repetir la experiencia, o preferimos ir sobre seguro cambiando sólo las cosas que no funcionan. En Democracia también se pagan los errores que cometemos como sociedad. A nosotros nos corresponde, por ejemplo, exigir que se prevenga para que en el próximo ciclo de bonanza económica: los bancos no vuelvan a abusar, las inmobiliarias a especular y los políticos a corromperse.

Yo no sé si superaré alguna vez el condicionante infantil y llegaré a ponerme una «banderita» en el reloj, pero me gustaría que nuestros hijos lo pudieran hacer sin complejos, en toda España y en todos los barrios, sin tener que mirar el color politico del vecino por si se ofende.

Sería una forma de decir «Soy español y por lo tanto esta España es mía«.

No tengo mucha necesidad de decirlo así, pero si de saber que lo puedo decir sin problemas, por ejemplo, con mi bandera.